Sabemos que nada es
para siempre, que la vida
cambia permanentemente, que todo fluye con su propio ritmo, y que
aquello que hoy parece seguro solo es temporal porque nada permanece de forma
estática.
Cambian
las economías, las políticas, las relaciones, la naturaleza, la tecnología, la
ciencia, las creencias, nuestras emociones, y nuestras ideas. El día de hoy nosotros somos
diferentes a los que éramos ayer.
Nos
cuesta trabajo aceptarlo, y no importa que tanto nos esforcemos porque todo
siga igual, la realidad es que las cosas cambian.
Pensemos
un momento en nuestra salud, en nuestras relaciones, nuestro trabajo, nuestra
familia. Es duro pensar que hoy estamos aquí y quizás mañana no. Pero estar consciente de esto es
saludable.
Aceptar
que el cambio es parte de la vida, que la existencia es transitar de un estado
a otro, es decir, un movimiento continuo, nos ayudará a fluir con ella. Así
estaremos más alertas y dispuestos para aceptar las sorpresas que la vida nos tenga preparadas.
No
podremos evitar que esto suceda, pero si podríamos prepararnos para responder de mejor manera,
aprovechando el impulso positivo que provocan las cosas buenas que nos suceden,
y minimizando el impacto negativo de las cosas no tan buenas.
Al no
querer aceptar los cambios, corremos el peligro de quedarnos atrapados en los
recuerdos y las añoranzas del pasado y perdernos la grandiosa oportunidad
de vivir el presente.
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